Vuelvo a publicar algunas de las anécdotas recopiladas por CARLOS FISAS, al que tenía injustamente olvidado.




EL POETA PIRON Y VOLTAIRE



Alexis Piron. Litografía por Delpech, 1840.

Un Viernes Santo el poeta Pirón, que decía de sí mismo que no era nada ni siquiera académico, andaba bebido y dando traspiés por la calle, un amigo le dijo:
-¿Y no os da vergüenza dar este espectáculo en un día como éste?
-No, pues no es extraño que el día en que la divinidad sucumbe la humanidad se tambalee.


Entre Piron y Voltaire existía no solo la rivalidad entre
dos literatos, sino también la antipatía cordial entre dos hombres completamente distintos.
   Después del estreno de una obra de Voltaire, que no había sido precisamente un exito, Piron encontró al autor, y Voltaire le pregunto:
   -¿Qué me decís de mi obra?
   -Que a buen seguro desearíais que fuese mía.


François Marie Arouet, más conocido
como 
Voltaire.  El retrato fue pintado por
Nicolas de Largillère en 1718.
 

   Se atribuye a Voltaire una frase del poeta francés Voiture. Un día vio pasar una procesión y al llegar frente a él la cruz se quitó el sombrero.
—¿Os habéis reconciliado con Dios? —le preguntó su amigo.
—Nos saludamos, pero no nos hablamos —respondió.

    

   


UNA DAMA, UN BORRACHO Y UN ACUSADO.



   Una dama del siglo XVIII muy dada a los placeres le decía a un noble muy borracho:
—¿Creerás que en diez años que llevo de viuda, nunca he tenido ganas de volverme a casar?
—Te pasa lo que a mí —replicó el otro—, desde que bebo no tengo sed.



En un juzgado de Madrid se juzgaba en el siglo pasado a un pobre diablo acusado de haber cometido un robo.
—Ayer a esta hora —dijo el acusado— estaba cenando en una taberna de la calle de Ceres con tres matarifes que no me dejarán mentir.
—¡Taberna! ¡Matarifes! ¡Calle de Ceres! —dijo el juez—. ¡Vaya calle y lugar y
vaya escogida sociedad!
—Señor juez —respondió el acusado—, ¿por ventura usía me ha invitado alguna vez a cenar en su casa?

   
   

DESBARREAUX


   El poeta francés Desbarreaux, hombre incrédulo, estaba un Viernes Santo comiendo una tortilla hecha con grasa de cerdo. En esto estalló una tempestad con cantidad de rayos y truenos.
—¡Vaya, cuánto ruido hacen allá arriba por una tortilla!
Y la tiró por la ventana, lo cual quiere decir que no era tan incrédulo como decía.

   


DALMACIO IGLESIAS


Dalmacio Iglesias en un discurso aseguraba que el númer de congregaciones religiosas es insignificante:
—... En Madrid hay más casas de prostitución y tabernas que conventos. Y esto lo he comprobado yo, personalmente.

En otro discurso con motivo de la ley llamada del «candado» decía:
—... El triunfo será de los católicos, porque con los católicos están las mujeres dispuestas a moverse.

    


JEAN DE LA FONTAINE


Jean de La Fontaine

Hablaban un día de las penas del infierno en presencia del fabulista La Fontaine y él dijo:
—¡Bah! Siempre habrá alguien que se acostumbre a ellas y al cabo de un tiempo estará allí como un pez en el agua.

    


¿LES SUENA DE ALGO?


El presidente del Consejo al discutirse unos presupuestos había tranquilizado a la Cámara respecto a la alarma que por entonces existía con los gravámenes incluidos en los ingresos.
—Se cargará al lujo y a la holganza —manifestó el señor Silvela.
Se aprobaron los presupuestos y censurando y glosando estas palabras, Romero Robledo contestaba:
—Ya nos lo decía el señor presidente del Consejo: «Se cargará a los señores de la edad madura que nos insultan con su lujo y su holganza.» Pues ¿sabéis quiénes son estos señores?; ¡los peones camineros!
Fueron los únicos a quienes se rebajó el sueldo.

    


NAPOLEON BONAPARTE


   
Napoleon.

     Una actriz, amante casual de Napoleón Bonaparte, vio en la habitación de éste un retrato suyo en un marco de diamantes. Codiciosa le dijo:
—Me gustaría tener un retrato de mi emperador.
—Pues es fácil —respondió Napoleón sacando del bolsillo de su casaca una moneda de cinco francos—, toma éste que es el que más se me parece.

   


LUIS XV


   Cuando el erario francés, en tiempos de Luis XV, se encontró exhausto el rey decidió que se entregasen al Tesoro Público las vajillas de plata y las joyas que los nobles tuvieran en su poder.
Pocos días después el rey preguntó al duque de Agen:
—¿Habéis enviado vuestra vajilla a la Casa de la Moneda?
—No, señor.
—Pues bien he enviado yo la mía»
—Señor, cuando Jesús murió el Viernes Santo, bien sabía que al tercer día iba a resucitar.

   

Luis XV.

ESPOSAS




   Contaba Eugenio Selles que una esposa decía a su marido:
—¿Estás a mi lado y bostezas?
—¿Qué quieres? —respondió el esposo—. El marido y la mujer no forman más que uno solo y yo, cuando estoy solo, me aburro.


   Dijéronle un día al marqués de Melun: —Mira que fulano galantea a tu mujer. 
   —Dejadle —replicó él—, al final se cansará de ella como me he cansado yo.
¡Costumbres del siglo XVIII francés!

   


MÚSICOS


Amadeo Vives dirigía el ensayo de una de sus obras. En un momento dado dijo a los miembros de la orquesta:
—Ahora ustedes, los  músicos...
—Perdón, maestro —le interrumpió uno—, nosotros somos profesores.
—¡Ay! Es verdad, nunca me acuerdo. Ustedes son profesores, músico lo era Beethoven.

   


POLITICOS


Anécdota del siglo pasado, no vayan los lectores a pensar.
Le enviaron a un ministro de Hacienda el decreto de su destitución, y dijo:
—¡Qué tontería! ¡Precisamente ahora que había hecho mi negocio y me iba a ocupar de la patria, ahora me echan fuera!
Repito que es una anécdota del siglo pasado. Se encuentra en el libro El mundo riendo de Roberto Robert. Lo digo por si las moscas.

    


MÉDICOS


Extracción de la piedra de la locura.
El Bosco.
—¿Cree usted, doctor, que viviré ochenta años?
—¿Usted fuma?
 —No, señor.
—¿Usted sale de noche?
 —No,  señor.
 —¿Bebe?
 —No,  señor.
—¿Juego, mujeres?
—No,  señor.
—Entonces ¿para qué demonios quiere usted vivir ochenta años?
   Si el paciente hubiera contestado que sí a todas las preguntas, el médico se lo hubiera tomado en serio y luego de haberlo auscultado concienzudamente le habría prohibido todo lo que hacía y le hubiera impuesto un régimen y entonces le hubiera tocado al paciente exclamar:
—Pero con un régimen así, ¿para qué demonios quiero vivir ochenta años?

   Después de la consabida auscultación y examen del enfermo, se dio cuenta, por las preguntas que le acababa de hacer, que se hallaba ante una persona de costumbres en extremo morigeradas.
—¿Ni fumador, ni bebedor...? —preguntó contrariado el galeno—. Bueno, ya encontraré algo que prohibirle.


   Entre los cuentistas medievales se encuentra con frecuencia el cuento que sigue, que de puro sabido quizá se tenga olvidado:
   Enfermó la mujer de un labrador y él mandó llamar a un médico. Éste manifestó algún recelo al pago de sus honorarios y el labrador le dijo ante testigos:
—No tenga usted cuidado; cinco onzas de oro tengo. Tanto si mata usted a mi mujer, como si la cura, será pagado.
   Murió la labradora y al cabo de unos días se presentó el médico a reclamar lo
que le correspondía, y el labrador le dijo:
—Aquí me tiene usted pronto a cumplir mi promesa. Pero, antes, déjeme que le haga un par de preguntas delante de los presentes. Dígame la verdad: ¿mató usted a mi mujer? —No por cierto —respondió con viveza el médico.
—Me alegro. ¿La curó usted?
—Desgraciadamente, no.
—Pues si no la curó ni la mató, nada le debo.


   —A mí me cuesta mucho lograr que mis enfermos me paguen —dice el médico.
   —Pues a mí, no —responde otro—. Siempre he encontrado herederos muy amables.


   Dos médicos hablan en la calle. A poco para ante ellos un caballero. Uno de los facultativos le saluda y después dice a su colega:
—¿Ves a ese hombre?
—Sí.
—Pues aún no hace ocho días me pagó tres mil pesetas por haberle curado por completo.
—¿Qué tenía?
—Pues eso... Tres mil pesetas.


   Parecida a esta historia es la que sigue:
—¿Sabes que he operado a Fulano?
—¿Con buen resultado?
—Veintitrés mil pesetas.


   El doctor Maisonneuve fue llamado un día cerca de Orleans para una operación. El doctor, que vivía en París, llegado a su destino, encuentra al enfermo ya cadáver.
—¿Qué piensa usted hacer? —le preguntaron.
—Pues volver a París.
—¿Y sus honorarios?
—El precio convenido... mil quinientos francos.
—¡Pero si usted no ha hecho la operación!
—Por mí no queda. ¡Que me traigan al enfermo!


   ¿Cómo fijan los médicos sus honorarios? Según una anécdota, lo hacen así:
—Doctor, ¿por qué interroga tan detalladamente al enfermo sobre lo que come y lo que bebe?
—Para saber su situación económica y redactar mis honorarios en consecuencia.
   Yo conozco a un médico cirujano barcelonés que antes de la intervención procura hacer una visita al paciente en el domicilio de este último. Así se da cuenta de las posibilidades del mismo y redactar la minuta de acuerdo con ellas.
   Tampoco lo encuentro mal. Justo es que quien más puede pague por el pobre y desvalido, que muchas intervenciones y visitas hace el médico por amor de Dios.

   

   El enfermo, ya convaleciente, encuentra a su médico y, después de agradecerle sus servicios, le dice:
—Haga el favor de enviarme la cuenta de sus visitas.
—Todavía no.
—Es que...
—Nada; por ahora no está usted bastante fuerte.
   ¿Cómo sería ella? Por el estilo de la que mandó otro médico a su paciente que decía a un amigo:
—Mi médico dijo entonces: «Usted tendrá que comer menos carne y suprimir el tabaco, el café y los licores.»
—¿Y no se rió usted de él?
—Me reí en aquel momento; pero cuando me pasó la cuenta comprendí que tenía razón.


   A veces el cliente se insinúa ingeniosamente: —Ha estado usted a las puertas de la muerte —decía un médico a uno  de  ellos—.  Sólo  su privilegiada  constitución, excepcionalmente robusta, le ha salvado.
—En este caso, doctor, acuérdese de mi privilegiada constitución cuando me envie su minuta.